Eso es lo que siento, ¿para qué negarlo? y este tiempo en España ha sido como cuando llamas a Beetlejuice, lo pronuncias (en este caso lo siento) 3 veces y aparece. No lo llamo de manera consciente, créanme, de pronto se mete en mi mente, lo espanto; se vuelve a meter, yo insisto en espantarlo; pero ya la tercera me vence y se queda más del tiempo que se lo permito. Es persistente y lo sabemos.
¿Pero a qué le tengo miedo exactamente? ¡Pues a muchas cosas! Si hablamos del pasado reciente (y no tanto): tuve miedo de dejar mi trabajo estable, de terminar con mi novio, de ser trabajadora autónoma, de enamorarme de un chico 9 años menor, de venir a España; y hablando de mi futuro cercano: me da miedo volver a Perú (a pesar que lo ansío con todas mis fuerzas – la mente es contradictoria) y me da miedo no encontrar lo que deseo hacer en la vida.
Y así podría seguir enumerando un sinfín de cosas, pero hablaré de un miedo en particular que embarga mi diminuto ser en estos momentos: Tengo miedo de fracasar y peor aún, miedo a sentir vergüenza por fracasar.
A veces veo al miedo como un Iron Man, ¡bien fuerte él!, difícil de vencer. Y, ¿saben qué? hasta puedo entender al miedo, pero ¿vergüenza? ¡Ay Karina! que tonta puedes ser a veces en realidad!, pero bueno, al menos lo sé.
Existen millones de artículos sobre el miedo, así que no diré mucho más, porque no quiero aburrirlos. Sólo parafrasearé lo que vi en un blog: “El miedo es bueno para protegernos y hay que aprender a mirarlo desde la curiosidad”
Así que seamos conscientes de nuestros miedos, hay que empezar a verlos de una manera diferente. Son los que quieren evitar que suframos, que nos equivoquemos, que nos vayamos ¡al carajo! Osea, podrían ser así algo como ¿padres sobreprotectores?
Pero como ocurre con todo padre sobreprotector, lo mejor que podemos hacer es: aceptarlos, entenderlos, cuestionarlos (la rebeldía es necesaria en la medida justa para ser nosotros mismos) y confrontarlos (con respeto).
Lamentablemente no puedo terminar este artículo diciendo que no tengo miedo y que al diablo la vergüenza (sinceridad, ante todo). Así que solo diré que ¡Me cago de miedo!, pero ¡Pa Lante!. No se queden con la pregunta : «¿Qué hubiera pasado si?», es una de aquellas que no tiene respuesta.